Estimada Natalia Uval:
Le escribo en referencia a su nota publicada ayer en La Diaria, en la que reproduce y amplifica las declaraciones del Sr. Luis Pedernera sobre la situación en Gaza y su crítica a la actuación del gobierno uruguayo al respecto.
Su artículo menciona ocho veces a Israel. A Hamás, ni una.
Tampoco aparece la palabra “guerra”, a pesar de que las imputaciones que recoge —muertes de niños, ayuda humanitaria, proporcionalidad militar—, se producen precisamente en ese marco: el de un conflicto bélico declarado tras un ataque sin precedentes perpetrado por Hamás el 7 de octubre de 2023, iniciado con una masacre deliberada, que incluyó el asesinato brutal de bebés, violaciones a mujeres, mutilaciones y el secuestro de cientos de civiles. Es sabido que en respuesta Israel declaró formalmente el estado de guerra.
Afirmar que lo que ocurre se reduce a una “potencia ocupante que extermina niños”, como considera el Sr. Pedernera, exige también mirar su silencio: lo que elude, lo que no dice. Hamás declara abiertamente su objetivo de destruir a Israel a cualquier precio, y gran parte del sufrimiento en Gaza —incluido el de sus niños— es consecuencia directa de una estrategia que consiste en operar desde escuelas, hospitales y barrios residenciales, utilizando a su propia población como arma. No construyen refugios para proteger a sus niños, pero sí túneles para protegerse a sí mismos. Túneles cavados bajo casas de gazatíes que muchas veces ni lo saben, o a quienes nunca se les pidió permiso. Cuando esa dimensión del conflicto no aparece, su marco de denuncia se desfigura.
El Sr. Pedernera —a quien usted cita extensamente, sin ningún contrapunto— ha dedicado su carrera a la defensa de los derechos de los niños. Sin embargo, cuando Hamás entregó macabramente los cuerpos de Shiri Bibas y sus dos hijos, Ariel (de 4 años) y Kfir (de apenas 9 meses al momento del secuestro) —asesinados a sangre fría, sin piedad, en una acción de locura inhumana—, hasta donde he podido investigar, eligió no denunciarlo públicamente. (Quedo atento a cualquier referencia que indique lo contrario).
Tan evidente como sumar uno más uno, es que no hay un niño palestino que valga más ni menos que un niño israelí. Uno solo que muera del bando que sea ya es una tragedia. Pero cuando el dolor de unos genera solidaridad y el de otros ni siquiera merece mención, la defensa humanista estalla tal copa de cristal.
Como funcionario vinculado a una organización que vela por los derechos de la infancia, el Sr. Pedernera también debería alzar la voz contra el adoctrinamiento sistemático de niños gazatíes desde edades tempranas, la glorificación del martirio, los campos de entrenamiento con armas y el uso de menores como herramientas de propaganda.
En otras guerras recientes de la región —Irak, Siria, Yemen— donde Israel no participó, murieron cientos de miles de civiles, incluyendo inevitablemente una cantidad enorme de niños. No hubo portadas globales diarias, ni campañas masivas, ni comités enfocados exclusivamente en esos menores. Son, para gran parte de la opinión pública, guerras desconocidas. Y sin embargo, cuando se trata de Israel, se instala una narrativa como si el Estado judío actuara por placer, “jugando a la Playstation de matar niños”, como sugiere sin matiz ni prueba la cita del Sr. Pedernera que usted reproduce.
Israel es una democracia imperfecta, como todas, pero con una justicia independiente que ha procesado a presidentes, generales y soldados. Tiene mecanismos internos de control que revisan cada operación militar. Hamás, en cambio, es una dictadura teocrática y terriblemente violenta que no duda de asesinar a todo gazatí que se le oponga. No pido que se aplauda un lado, pero solo demonizarlo no corresponde.
En Israel hay un debate interno profundo, desgarrador. La amplia mayoría de la población quiere que la guerra termine y que los rehenes regresen, incluso si eso implica pagar un precio muy alto.
Es también una sociedad que ha demostrado, históricamente, voluntad de renunciar a territorios en nombre de la paz. Del otro lado, no está claro si existe siquiera una intención equivalente. Ayudemos a que exista, porque solo así podrá haber una paz permanente.
De mi parte no se trata de justificar nada. Ningún niño debería morir, nunca. Punto. Pero sí de mostrar, con al menos algo de rigor, las múltiples dimensiones de esta guerra. Una guerra que además Hamás considera eterna.
Y las Naciones Unidas, a las que el Sr. Pedernera también hace referencia, deberían ser un marco de equilibrio y legalidad, no de indulgencia política. Cuando se le exige a Israel que respete la Convención de Ginebra y la Convención sobre los Derechos del Niño, y al mismo tiempo no se logra condenar —en tiempo y forma— la violación de mujeres israelíes ni el degollamiento de bebés, el sistema se niega a sí mismo. Defenderlo, como sugiere Pedernera, exige también señalar sus fallas, no repetir su doble estándar.
Tal vez el mayor acto de humanidad sea negarse a mirar solo una mitad. Hay momentos en que callar ante crímenes evidentes mientras se denuncian selectivamente otros no es un gesto de sensibilidad, sino —consciente o no— propaganda.
Necesitamos, al menos en lo esencial, compartir la convicción de que la humanidad debe ser universal, o no es tal cosa. Y que no hay causa justa que justifique callar ante el sufrimiento de unos mientras se amplifica el de otros.
Atentamente,
Jimmy Baikovicius
Excelente respuesta... Shapo!
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