La memoria de los verdaderos horrores debe ser defendida como acto sagrado de la razón.
En su nota “¿Pediremos perdón?” del 21 de abril, 2025, Esteban Valenti, basándose en analogías históricas forzadas, equipara lo que ocurre hoy en Gaza con el Holocausto nazi:
"Hoy un país poblado por la mayoría de los sobrevivientes de los campos de concentración, del holocausto nazi, está exterminando a otro pueblo, bomba a bomba y lo único que cambió es que en lugar de construir campos de concentración, transformó un territorio habitado por más de 2 millones de personas en un gigantesco campo de exterminio."
Su afirmación incurre en dos serios errores: un anacronismo extremo y una falsa equivalencia entre dos realidades distintas —la guerra en Gaza y el Holocausto—, que difieren en contexto, causas, intenciones y escala.
Valenti continúa:
"Un ejército, decenas de miles de jóvenes, armados con la mejor tecnología disponible, destruyendo cada rincón, cada hospital, cada escuela, cada casa de Gaza o las misiones de las Naciones Unidas y todos los días. ¿Y nosotros?"
Su descripción sugiere, de forma falaz, como que si cada joven soldado israelí —que si no fuera por la guerra impuesta por Hamás el 7 de octubre estaría en sus universidades construyendo progreso— se despierta cada mañana buscando deliberadamente a qué gazatí asesinar.
Sin embargo, es sabido que Israel, con su capacidad tecnológica, podría aniquilar Gaza en 24 horas si así lo deseara. No lo hace. No lo haría. Porque su democracia, su pueblo, su ética histórica —forjada en el propio sufrimiento— y hasta su religión que apuesta a la vida se lo impiden. Israel no libra una guerra de exterminio: enfrenta a un enemigo declarado, Hamás, cuya carta fundacional proclama la destrucción de Israel y cuyos líderes insisten en que repetirían el pogromo del 7 de octubre cuantas veces pudieran.
Decir entonces que ambos escenarios —Holocausto y Gaza— son comparables es incurrir en una falsa equivalencia: una apariencia de lógica donde no existe ninguna. No hay un plan ideológico israelí de exterminio de los palestinos. Hay, en cambio, un conflicto trágico donde Israel enfrenta a una organización terrorista enquistada entre civiles, que utiliza a su propia población como escudo humano, y que no duda en torturar o ejecutar a quienes osen disidir.
El Holocausto nazi fue un proyecto estatal totalitario y sistemático de limpieza étnica, una industria del exterminio que buscaba llegar a cada judío en cualquier rincón del mundo. Como señaló Hannah Arendt, fue “un crimen contra la condición humana” que “violó el orden de la humanidad” —único en su horror.
En contraste, el conflicto israelí-palestino tiene raíces territoriales, geopolíticas y religiosas. Incluye actos de terrorismo de Hamás, guerras asimétricas y operaciones militares de un Estado soberano.
Isaiah Berlin advirtió que cada tragedia humana debe ser evaluada según su propia lógica, y que medirlas con una única balanza moral es falsearlas.
Con analogías inapropiadas, Valenti —quizá sin quererlo— termina banalizando el Holocausto y, como advirtió Arendt, distorsiona la memoria histórica y degrada la conciencia moral.
Valenti se refiere a los atentados terroristas de Hamás, pero su condena funciona como transición para reforzar su embate contra Israel.
"A nosotros nos horrorizó el ataque del 7 de octubre por parte de Hamas, y más nos asquea ahora que sabemos por boca de los servicios de inteligencia y la prensa occidental, que el ataque era conocido desde hacía varios meses por parte de Israel y su imponente aparato de seguridad e inteligencia. Y no hicieron nada y reaccionaron con 12 horas de atraso luego de la invasión de Hamas que penetró 22 kilómetros en territorio israelí."
Israel, como toda obra humana, es imperfecto. Su doloroso fracaso en anticipar la tragedia del 7 de octubre no debe ser negado ni minimizado. Pero bajo un manto de crítica, Valenti desliza una acusación más perversa: como si el Estado de Israel, por no evitar el pogromo, fueran también culpable de su martirio. Esa inversión moral, que insinúa que la víctima es cómplice de su asesino, es una prolongación, disfrazada de análisis, del prejuicio más primitivo.
Más sobre el final de su nota, Valenti afirma:
"Si alguien tiene alguna duda de su obra, recorra a Internet, o a cualquiera de las plataformas de Inteligencia Artificial y busquen imágenes de Gaza hace 3 años y en la actualidad. No es tan difícil."
Israel combate a Hamás y a una infraestructura militar disimulada y enmarañada dentro de la infraestructura civil de Gaza, como una telaraña entre muros de hospitales, escuelas y viviendas. ¿Cómo evitar que mueran civiles, que no se cometan errores trágicos, que ningún soldado se extralimite? Eso no ocurrió jamás en ninguna guerra, pasada ni presente. No exime la responsabilidad de actuar con el máximo cuidado posible, pero tampoco autoriza a falsear la naturaleza del conflicto.
La postura de Valenti, lejos de constituir un análisis ético o histórico serio, revela un uso estratégico del dolor humano para fines políticos.
Su “reflexión” no busca comprender, sino señalar culpables bajo la autoridad emocional del Holocausto.
Su “ética” no procura justicia universal, sino reforzar una narrativa selectiva de culpa.
Su “historia” no busca rigor, sino apelación sentimental.
El conflicto israelí-hamás exige análisis serio, autocrítico y humano. Las tragedia de Gaza nos duele. Pero no puede haber verdad donde se impongan comparaciones falsas.
Comparar el Holocausto con la guerra en Gaza no es solo un error histórico: es un acto de chantaje emocional que explota el recuerdo del mal absoluto para condicionar el juicio contemporáneo, sembrando confusión histórica.
Por crímenes de guerra y errores cometidos, corresponde condena y pedir perdón con mayúsculas.
Pero aquí, antes que perdón, pedimos rigor histórico, rigor lógico.
Y pedimos también respeto: respeto por las víctimas del pasado, respeto por las víctimas del presente, respeto por quienes aún creemos que la verdad —por más trabajosa que sea— merece nuestro mayor esfuerzo.
Sin rigor no hay perdón verdadero. Y sin verdad, no hay justicia posible.
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