Barcelona 17A - No Tenim Por - No tenemos miedo

17A;  Seguramente, como muchos de los allí presentes, tuvieron que darse un sinfín de excepciones para que, aquel jueves de agosto, mi esposa Alicia y yo nos encontráramos envueltos en ese acontecimiento de terror.

Partimos de Uruguay hacia Europa con el propósito de celebrar los 80 años de mi padre en la costa Amalfitana. El 17 de agosto aterrizamos en el aeropuerto de Barcelona. Ese día, la ciudad lucía tan hermosa que no pude resistir tomar una foto con mi iPhone desde la ventanilla del avión. Bañada por el Mediterráneo, pocas ciudades pueden ser tan bellas como Barcelona.




Tomamos un taxi en dirección a Plaza Catalunya y, antes de finalizar el recorrido, decidí que no iríamos directamente al hotel. En cambio, optamos por bajarnos en la esquina misma con La Rambla para almorzar en el restaurante Núria.

Ya habíamos terminado de almorzar cuando le digo a Alicia que nos vayamos ya al hotel. Ella, con ese sexto sentido que siempre tiene para cuidarme y prevenirme, me respondió: "Esperá, quedémonos cinco minutos más". Debo confesar que no siempre le hago caso, pero esta vez, por suerte, sí lo hice. Pasó un minuto, luego dos, y de repente entró al restaurante Núria un grupo de chicas belgas en estado de conmoción. Nadie entendía qué estaba ocurriendo; ellas apenas podían expresarse. Y nosotros, que deberíamos haber estado caminando por Las Ramblas en ese momento… Alicia lo retrasó.

Nadie allí dentro se imaginó que se trataba de un atentado; todos pensamos que había ocurrido un grave accidente. Sin embargo, las expresiones de las chicas reflejaban un espanto y un horror absolutos, dejando claro que lo que había sucedido era mucho más terrible de lo que podíamos imaginar.... me acerco a las puerta del bar



pero al instante bajan las cortinas y quedamos aislados. Allí nos dimos cuenta de que valía la pena asumir lo peor: un atentado terrorista. Conectados a internet y en contacto con nuestras familias y amigos a través de las redes sociales, esas fueron, durante dos largas horas, nuestras únicas ventanas al mundo; la verdadera ventana estaba clausurada.


Llamé a mi madre y logré ubicarla segundos antes de que despegara su vuelo de Iberia rumbo a Madrid. Le avisé que estábamos bien, y justo después la llamada se cortó. Más tarde me contó que, ya en pleno vuelo, todo el avión se enteró del atentado. Si no hubiera recibido mi llamada, no sabe cómo habría soportado ese mediodía de incertidumbre mientras estaba en el cielo.


Al perder contacto directo con la realidad fuera del bar, nos íbamos enterando, a través de internet y al mismo tiempo que el resto del planeta, de los detalles: era un terrorista, luego que eran varios, que una furgoneta había arrollado a sus víctimas... Pero, al poco tiempo, todos en Núria comenzamos a charlar entre nosotros casi como si nada extraño estuviera sucediendo. Parece que el ser humano, en su búsqueda de equilibrio, no puede mantenerse en tensión constante.

Y entonces, de repente: ¡BOOM! Un ruido, una explosión, quizá un tiro, nos hizo saltar de las mesas. Como un acto reflejo innato, todos corrimos hacia el fondo del restaurante, dejando la barra y las mesas completamente desiertas.


A través de Twitter comenzó a circular el rumor de que uno de los terroristas podría estar dentro del restaurante turco Aromas de Istanbul, ubicado casi pegado al nuestro. A partir de ese momento, todas las posibilidades comenzaron a rondar nuestra ya tensa atmósfera: que la explosión había venido de allí, que tenían rehenes, e incluso que, desde la azotea, podrían comunicarse con Núria y entrar a lo que considerábamos nuestro refugio.

En un momento, alguien abrió las cortinas las cortinas, dejando entrar un instante de luz y realidad exterior, pero rápidamente las volvieron a cerrar, como si ese simple gesto pudiera protegernos del caos que se desarrollaba afuera.



Durante la mayor parte del tiempo en Núria, vivimos como si nada serio nos fuera a pasar. Quizá, de manera inconsciente, todos buscábamos una especie de normalidad que nos preparara para la posibilidad de un próximo susto. No hay entrenamiento previo, nadie te enseña cómo actuar en situaciones como esta.

Pasamos de la incredulidad, ese pensamiento de que "esto no nos puede estar pasando", a reaccionar caóticamente ante un estruendo, movidos únicamente por el impulso ciego de nuestros instintos más primitivos. Pero el susto y el miedo eran momentáneos. Poco después, volvíamos a la tranquilidad, y, casi sin darnos cuenta, todos en el bar comenzábamos a socializar, retomando una rutina improvisada que parecía nuestro refugio frente al caos.


La fotografía es mi pasión. Tomo riesgos, me levanto con frecuencia antes del amanecer, pero durante esas horas fue distinto. En ese intervalo, el protagonista era un mundo dado vuelta: la incertidumbre de estar viviendo algo tan inesperado como inentendible, y la preocupación constante por lo que estaría ocurriendo afuera, especialmente para aquellos a quienes les había tocado enfrentarlo más de cerca. No me sentía cómodo asumiendo una postura de registro constante aunque sabía de la importancia que podía tener luego. Después de casi dos horas de encierro, saqué mi cámara profesional por primera vez. Mi primera toma con ella fue una fotografía de Plaza Catalunya, quizá como nunca antes se había visto: vacía de gente y completamente conquistada por el símbolo de la paz de Pablo Picasso, las palomas.


Mientras hacía estas tomas desde el primer piso del restaurante Núria,



se abrieron las cortinas del restaurante y, en grupos, nos hicieron salir. Ese fue el momento más tenso que me tocó vivir, ya que pidieron que primero salieran las mujeres y los niños, lo que me dejó separado de Alicia. Fue como una escena de película: con las manos alzadas, fuimos saliendo uno a uno, para luego ser interrogados por los Mossos d'Esquadra. Lo hicieron con muchísimo respeto, amabilidad y una sensibilidad que, en medio de la tensión, resultó reconfortante.


Hasta que nos volvimos a reunir pasaron veinte interminables minutos de enorme tensión. Una vez cruzado el portón, la ciudad era otra: militarizada en tierra y aire, con un silencio que contrastaba profundamente con el típico bullicio callejero que siempre reina en Las Ramblas.



No pudimos ir a nuestro hotel, ya que se encontraba dentro de la zona de exclusión. Pasamos varias horas sin saber qué hacer, dando vueltas una y otra vez, hasta que finalmente logramos encontrar otro hotel donde refugiarnos.

Como en todos los rincones del mundo, en Uruguay también estaban muy pendientes de Barcelona. Varias radios locales se contactaron para entrevistarme como también Monte Carlo TV.

Yo solo quería decir que no tenía miedo, que mañana iba a salir a la calle, que siempre volvería a caminar por Las Ramblas, que la política del terror no nos iba a robar nuestras libertades. Creía firmemente que el mejor homenaje que podíamos hacerle a Barcelona y a sus víctimas era vivir plenamente.

Con ese pensamiento, al día siguiente partimos hacia Italia, y el abrazo a los 80 años de mi padre fue doblemente especial, cargado de gratitud y de una nueva perspectiva sobre la fragilidad y el valor de la vida.



Después de Italia, regresamos a Barcelona, y lo primero que hicimos fue recorrer Las Ramblas. La ciudad volvía a lucir diferente. Había un aire de resiliencia y homenaje: todos querían honrarla y, sobre todo, expresar sus sentimientos. Las calles estaban llenas de flores, mensajes y gestos de solidaridad que transformaban el dolor en un acto colectivo de amor y memoria.




En medio de un océano de reconocimientos para aquellos que no tuvieron la dicha de contar su historia, este homenaje también es para cada una de las indignas muertes causadas por manos terroristas, tanto antes como desde el 17A.

En un mundo donde el terror intenta silenciar la esperanza y dividir lo indivisible, nuestra mayor resistencia está en vivir plenamente, honrando a las víctimas con actos de humanidad y reafirmando que ni el miedo ni el odio podrán arrebatar el derecho a la libertad, la memoria y la dignidad que nos une como seres humanos.



Barcelona quedó sellada para siempre en mi alma, la ciudad que mi corazón palpitará cada vez que tenga la fortuna de volver a visitarla.




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